viernes, 14 de agosto de 2015

Cuadros, café y terrones de azúcar.

Ahí estábamos los dos, agarrados de la mano. Burlándonos de cuadros cuyos precios superaban notablemente el que llevábamos en los bolsillos discutiendo cuales serian los que podríamos en la sala de nuestra casa, cuando la tuviéramos. Sin embargo, internamente sabíamos que eramos lo suficientemente tacaños como para comprar alguno en el futuro. Entonces, él regañándome entre que debería comer o tomar algo escuche esas dos únicas palabras en todo el mundo que hace que alguien se ponga de buen humor; que yo no  esperaba en ese momento. Un “te amo” simple y sencillo, que hizo que todo cambiara de repente.

Sentí como mi vientre se contrajo, como el estomago llegaba a mi garganta, sintiendo como los vellos de mis brazos y mi nuca se erizaban. Supe entonces, que lo amaba. No como antes. Si no mucho, mucho más. Si antes daba mis riñones y mi hígado por él. Hoy daba mis huesos con tal y nunca se machara.


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