Ahí
estábamos los dos, agarrados de la mano. Burlándonos de cuadros cuyos precios
superaban notablemente el que llevábamos en los bolsillos discutiendo cuales serian
los que podríamos en la sala de nuestra casa, cuando la tuviéramos. Sin
embargo, internamente sabíamos que eramos lo suficientemente tacaños como para
comprar alguno en el futuro. Entonces, él regañándome entre que debería
comer o tomar algo escuche esas dos únicas palabras en todo el mundo que hace
que alguien se ponga de buen humor; que yo no
esperaba en ese momento. Un “te amo” simple y sencillo, que hizo que
todo cambiara de repente.
Sentí
como mi vientre se contrajo, como el estomago llegaba a mi garganta, sintiendo
como los vellos de mis brazos y mi nuca se erizaban. Supe entonces, que lo
amaba. No como antes. Si no mucho, mucho más. Si antes daba mis riñones y mi
hígado por él. Hoy daba mis huesos con tal y nunca se machara.